martes, 14 de junio de 2011

PRESA DE UN INFIERNO. La llevaron a Oliva, víctima del abandono de su familia

Mirta Mansilla es una mujer de 59 años, oriunda de la ciudad de Morteros que reside hace casi cuarenta años en San Francisco. Está separada y tiene siete hijos, vive sola y aunque la diabetes le fue quitando la vista, se las arregla para manejarse sin ayuda. Esta señora de temple calmo y carácter sereno vivió en 2008 una verdadera pesadilla y hoy después de tres años, pierde el temor y se atreve a contar su historia.
La mujer fue llevada por consentimiento del marido y de cinco de sus hijos al neuropsiquiátrico de la localidad de Oliva, haciéndola pasar por desequilibrada mental. Permaneció un mes en el nosocomio medicada al extremo pero sin quedar inconsciente. Al cabo de aproximadamente treinta días, el esposo de Mirta  y uno de sus hijos fueron a buscarla y la trajeron de regreso.
Durante su estadía en el psiquiátrico, le proporcionaban drogas que no le hacían bien. “Me daban medicamentos que me produjeron una rigidez total, temblaba continuamente. Quedé en silla de ruedas, no podía caminar, no podía hablar, no podía tragar, no podía dormir”, relata Mirta angustiada. Cuando preguntaba para qué eran los remedios, no le contestaban y la obligaban a tomarlos.


La señora Mansilla relata su pesadilla sin poder contener las lágrimas

La Señora de la Plaza
La “Señora de la Plaza”, como ella misma se hizo llamar fue víctima del abandono de su familia, principalmente su marido, quien a lo largo de su matrimonio ejerció violencia física y psicológica hacia ella. El pseudónimo con el que algunos la conocieron hace referencia a la protesta que realizó durante dos días en la Plaza Cívica reclamando que se reconociera la ley de abandono de personas discapacitadas.
Cuando el marido de Mirta se marcha de la casa una vez anterior a la definitiva, la mujer decide ir a la plaza, sentarse en el suelo y de esa manera protestar y pedir que su marido le pase dinero correspondiente por haberse ido. Cada vez que este hombre se retiraba del domicilio lo hacía en malos términos, con insultos, golpes, amenazas; luego, cuando se arrepentía, volvía, pedía perdón asegurando que no iba a volver a pasar, y Mirta como una mujer temerosa y víctima de un hombre violento, le abría nuevamente las puertas de la casa.
Según la mujer, su marido tenía influencias y conocidos en Tribunales, ya que el segundo día de protesta en la plaza, fue detenida por un juez y llevada al hospital Iturraspe. Desde allí fue trasladada adormecida a la ciudad de Oliva, Mirta dice: “Yo estaba como detenida allá, primero estaba incomunicada. En el pabellón donde yo estaba había veinte mujeres, pero ninguna estaba loca, sino que eran mujeres depresivas, que habían querido suicidarse”.
Aproximadamente treinta días después, a fines de mayo, fue el esposo a Oliva diciendo, “viejita yo te quiero, hasta que Dios nos lleve de esta tierra”, cuenta la señora con bronca. Prometió al juez hacerse responsable por Mirta, mantenerla y ayudarla, si la mujer retiraba la denuncia por agresión (que había realizado cuando el hombre se le fue encima con un cuchillo), con lo cual autorizaron su retiro del neuropsiquiátrico. Sin embargo, según el relato de la señora, lo único que pretendía era cobrar su pensión, ya que ella estaba cuasi dopada con la cantidad de medicamentos que le estaban proporcionando.
Cuarenta años de dolor
“En agosto más o menos, él empezó con la locura de siempre, el tipo no me pasa nada. Él cobró mi pensión dos meses y el aguinaldo, lo sé porque yo no estaba inconsciente”, cuenta la mujer.  Cuando el marido se fue definitivamente de su casa, Mirta intentó nuevamente quitarse la vida, confiesa “había tocado fondo con la depresión por como él me torturaba”. A pesar de la discapacidad y el estado de debilidad de la señora, él le prohibía que le tocara la comida que él compraba, la separaba.
Antes de que abandonara la casa y a raíz de la negativa de Mirta de dejarlo ir, el hombre la amenazaba con volverla a mandar a Oliva si ella gritaba o lloraba. Asegura que ya no aguantaba más tanto maltrato y desprecio, pues la mujer recibía golpes desde que tuvo a su primer hijo en brazos. Y hasta momentos antes de la separación definitiva, que la golpeó en el ojo que aun le permitía ver algunas luces.
Desde aquél día de diciembre de 2008 que se fue de la casa, Mirta no volvió a tener contacto. Hoy, se mantiene con su pensión, pues este golpeador no le pasa dinero y se niega a pagar la luz que le corresponde. La señora habla con desprecio de esta persona que la atormentó por cuarenta años, maltratándola de todas las formas posibles. “El doctor me preguntaba por qué no me separé antes y debe ser que yo lo amaba tanto, le tenía miedo”, admite Mirta con lágrimas en sus ojos.
La mujer recibe desde hace tres años ayuda psicológica del departamento de salud mental del hospital Iturraspe y concurre periódicamente a un Templo Evangelista, donde recibe contención espiritual. A través del Procordia, Mirta accede a la insulina y demás medicamentos, uno de sus hijos le paga el servicio de emergencias y se las arregla para vivir con la pensión que cobra mensualmente.
Cría cuervos…

Con la expresividad de su relato y de cada una de sus palabras, sentimos haber estado con ella atravesando aquél calvario. Cada vez que menciona a sus hijos y recuerda que firmaron la autorización para trasladarla, deja caer lágrimas de dolor. Un dolor que no sólo refleja el malestar físico que Mirta sufrió, sino también el pesar que sintió al enterarse que cinco de sus siete hijos la traicionaron.
“Yo quiero que mis hijos vean la macana que se mandaron, yo no sabía que ellos habían firmado, me enteré al tiempo y no podía creerlo. Empecé a preguntarles a todos y hasta algunos me lo negaron”, expresa la señora. Algunos de los hijos reconocieron que se equivocaron, pero sin decirlo, sino con actos; otros están enojados, no ven ni vistan a su madre. Mirta no entiende porque firmaron, ella nunca les reclamó nada ni les pidió que se hicieran cargo de ella.
Además de todo esto, resulta llamativa la actitud de los hijos de la señora, pues durante toda su vida vieron y fueron testigos del maltrato que su madre recibía. Hasta en algunas oportunidades, afirma Mirta,  debieron interferir para que su  padre no la golpeara. “Él me decía que yo estaba loca y muchas cosas más delante de ellos, entonces yo pensaba que estaba loca y creía que era la causante de todo”, cuenta la mujer.
Mirta agradece a Dios todos los días porque está viva y pide a diario que sus hijos se arrepientan de lo que hicieron y se den cuenta que podría haber pasado a mayores,  asegura que ellos mismos se marcaron un futuro incierto. Con un inmenso dolor, Mirta confiesa: “Ninguno de ellos me pidió perdón”.
La Señora de la Plaza denunció a su esposo por abandono de persona discapacitada, con lo cual él debería pagarle una cuota mensual. El hombre se niega y la acusa a ella de maltrato, denuncia paradójica si las hay. Hoy el esposo alquila una casa, trabaja de albañil y no se habla con sus hijos por actitudes que ha tenido con ellos, explica Mirta. Y finaliza diciendo: “es normal, porque uno cosecha lo que siembra”.
Una mujer que a pesar de haber vivido un suplicio impensado, una historia dolorosa, hoy se atreve a contarlo, sin miedo a represalias, sin temor a decir lo que siente. Desnuda su alma, no baja la cabeza ni un instante y sumida en un mar de lágrimas, que de alguna manera la liberan, dejó al descubierto su vida, cuarenta años de sufrimiento. Hoy está sola, intenta hacer una vida normal y recuperar algunos momentos de este oscuro pasado, pues a pesar de no ver, hoy por fin comienzan a aparecer luces en su camino.



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