miércoles, 20 de junio de 2012

UNA MUERTE OLVIDADA EN SAN FRANCISCO

El pasado 9 de abril se cumplieron dos años de la muerte de Víctor, un hombre de 48 años que perdió su vida en un confuso episodio que no tuvo difusión y rápidamente fue olvidado.  Fue víctima de un accidente, que su madre aun no comprende y sostiene, se trató de un atentado. Cuando volvía de trabajar en su moto, un vehículo se le atravesó a mitad de calle Caseros y lo embistió.  Fue trasladado al hospital y luego a la Clínica Cruz Azul, donde en menos de una semana falleció.
“Me hubiese gustado tener 20 años menos, hubiese hecho justicia con los que le robaron la vida a mi hijo”, comenzó diciendo Modesta, quien no pudo retener su llanto. Esta madre sufre a diario la muerte de sus hijos, pues tres de los siete que tuvo perdieron la vida. La mujer trabajó siempre para poder formar la familia que no tuvo de chica. Una enfermedad le arrebató la vida a sus otros dos hijos, pero a Víctor fue la fatalidad que lo llevó.
La mujer afirma que a su hijo lo mataron y nadie, ni siquiera los propios médicos hicieron algo para salvarlo. “Lo de mi hijo estaba todo armado”, asegura Modesta. No hubo testigos, nadie vio nada, es prácticamente imposible en una calle tan transitada como Caseros a las ocho y media de la noche. “Nadie colaboró, son todos sordos, ciegos, mudos”, explica esta madre con un nudo en la garganta.
Esta madre está segura que un hombre de un pueblo cercano que tiene un desarmadero de auto, les dio un vehículo a estas cuatro personas, un vehículo que no tenia seguro. “Nunca los llamaron a declarar, el tipo del desarmadero les puso un abogado, a mi hijo nadie, porque no teníamos dinero”, explica Modesta.
Víctor solo tenía un brazo quebrado, estaba totalmente consciente. El día que murió, había estado conversando con su mujer, lo llevaron a hacer un estudio, tardaron alrededor de dos horas y le avisaron que estaba sin vida. Modesta siente impotencia porque su hijo no fue atendido como debiera y asegura que todo quedó en la nada porque no tenían dinero y porque a su esposa no le inquietó saber que había sucedido con su marido.
“No les sobraba la plata, pero vivían bien porque mi hijo siempre se deslomó por su familia, estaba pagando un plan de un auto cuando murió. Y mi nuera puso un abogado para poder adjudicarse el coche y no para esclarecer la muerte de Víctor”, confiesa la señora.
Con un pañuelo blanco, Modesta seca las lágrimas que deja caer cada cinco minutos, lágrimas que materializan el dolor y la angustia que vive todos los días. Las paredes de su casa están empapeladas con fotos de su gran familia. Nació en el campo en una familia humilde, la dieron de bebé como alguien que da un perro, a una familia que no tenía hijos. Dormía sobre una lona en el piso como un animalito. “Yo me dije, algún día voy a formar una hermosa familia y lo hice. Una casa llena de gente, yo no sabía lo que era un abuelo, un tío. Y de esta forma se me fue todo lo que había construido”, se lamenta muy angustiada.
La desazón que la invade es muy fuerte porque el caso de su hijo pasó desapercibido en la sociedad sanfrancisqueña y principalmente en la justicia, que rara vez está del lado de los desprotegidos. Modesta quiere que la gente sepa lo que le pasó a Víctor, un hombre trabajador, buen esposo y padre. "Quiero que la gente sepa cómo terminó la vida de mi hijo, porque nadie supo nada. Esa misma noche mi hijo tendría que haber sido trasladado a Córdoba, seguro estaría con vida todavía”, manifiesta con voz entrecortada.
Todo parecería indicar, según relata esta madre que todo estuvo armado, el accidente, la posterior desatención en los nosocomios, la falta de difusión  y el rápido olvido. Tal vez el caso de Víctor fue uno más de los tantos archivados, donde la balanza de la justicia se inclina para el lado equivocado.

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