jueves, 17 de mayo de 2012

¿SABÉS QUIÉN FUE?

Cuántas veces habremos pasado por ahí y ni siquiera nos percatamos de su existencia. Quizás los frondosos árboles que lo escoltan han crecido demasiado y su imagen ha quedado detrás de unas pocas hojas. O será que nunca levantamos la cabeza y no vemos más allá de nuestra nariz. Por eso hoy, los invito a 9 de Julio y Libertador Sur, a pararse en la vereda de la Plaza Cívica y mirar hacia el sur, a ver en lo alto la figura de este hombre que hizo mucho por los sanfrancisqueños. Su segundo nombre fue Julio, aunque la mayoría lo conozca como Jota.
El fue Enrique J. Carrá, un importante médico cirujano que dedicó su vida a aliviar el sufrimiento de los demás. Su vida profesional y personal  fue un gran ejemplo de altruismo y caridad. Nació en el año 1873, oriundo de Gualeguay, Entre Ríos y sanfrancisqueño por adopción.
Este hombre de bigotes y anteojos, fue mucho más que un médico abnegado, pues desde joven fue impulsor de ideas revolucionarias, que durante su bachillerato le costaron una expulsión. En 1890, luego de crisis política en nuestro país, Carrá ingresó a la Facultad de Medicina. A partir del tercer año comenzó sus prácticas  en la Asistencia Pública y luego en diferentes hospitales de Buenos Aires.
Prestó servicios en la guarnición militar de Cuyo, en Mendoza, con el grado de capitán, durante inminente guerra con Chile por problemas limítrofes. Al finalizar las complicaciones entre los países en cuanto a los límites, Carrá renunció al ejército y se radicó en Paraná. Pero a finales de 1900, el médico llegó a San Francisco en el ferrocarril de Rosario a Córdoba. Vino con una carta de recomendación  del colonizador Francisco Clucellas.
Cuando se instaló en nuestra ciudad, San Francisco tenía 4 mil habitantes y pocos profesionales de la salud. En los primeros días de 1901, el Dr. Carrá fue llamado a atender a un comerciante que había sido atacado por una rara enfermedad. Estaba convencido que se trataba de un caso de peste bubónica y decidió adoptar medidas drásticas para la época, como el aislamiento del paciente, pero los familiares se negaron y rechazaron además el tratamiento con suero.
Esta posición le costó a Carrá, que los viejos médicos y gran parte de los vecinos, iniciaran una campaña en su contra, con el argumento de que no podía existir peste en una ciudad sin puerto. Aun así, el tiempo le dio la razón y su diagnóstico fue confirmado, el enfermo había muerto de peste bubónica. Esta patología cobró en la ciudad más de veinte vidas, pero muchas otras fueron salvadas gracias a la oportuna intervención del Dr. Carrá.
El hombre impulsó en 1910 la construcción del Hospital J. B. Iturraspe y fue el primer director del nosocomio, cargo que ejerció por más de treinta años, hasta el momento de su muerte en 1947. Este médico fue un excelente cirujano, realizó intervenciones hoy impensadas en nuestra ciudad, por ejemplo, alargaba extremidades de las personas, haciéndolas más altas.
Además de su desempeño profesional, el doctor realizó una importante actividad en emprendimientos de bien común y trabajó sin descanso para los vecinos, no solo en su rama sino también desde lo social y humano. Aunque no tenía vocación política, en 1925 fue candidato a intendente municipal, enfrentando a Trigueros de Godoy, quien le ganó por muy poca diferencia.
El 19 de Julio de 1942, apenas cinco años antes de su muerte, vio cristalizado uno de sus mayores anhelos, la inauguración del hogar de ancianos, que hoy lleva su nombre. A los 74 años de edad, Enrique Julio Carrá falleció. Fue un inmenso dolor para todos los sanfrancisqueños, pues hubo un antes y un después de su llegada a la ciudad.
Un hombre con ideales revolucionarios, un filántropo, interesado en el bien común y dedicado por completo a su profesión, fue homenajeado en 1950 con una escultura en bronce de su figura. Esa imagen continúa erigida y aunque muestre marcas del paso de los años, el Dr. Carrá sigue ahí, con su guardapolvo, la mano izquierda en el bolsillo (vaya a saber que guardaba en él), su gorro y esos anteojos que guiaban la mirada de un hombre sabio y a merced de sus ideales. Pasemos y mirémoslo, al menos ahora sabremos quien fue.

Fuente: El libro de las calles de San Francisco. José Alberto Navarro

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