sábado, 18 de junio de 2011

DESASTROSO ESTADO DE LOS HOGARES DE ANCIANOS EN SAN FRANCISCO.


HOGARES DE ANCIANOS EN SAN FRANCISCO. Informe Romática

de Analía Romero Asef, el Viernes, 01 de abril de 2011 a las 10:44
La trágica noticia de un incendio en un geriátrico de la ciudad de Córdoba, tiempo atrás conmocionó al país. Puso en vilo el tema de los albergues para abuelos en toda la provincia, pues cada vez es mayor la preocupación porque no están habilitados y su proceder con los ancianos deja mucho que desear. En San Francisco, luego de un relevamiento realizado por el gobierno, se determinó la existencia de 50 hogares, de los cuales sólo tres cumplen con los requisitos correspondientes.

Social y culturalmente, la vejez es una etapa de la vida a la que nadie quiere llegar, cuando aparecen las arrugas y las primeras canas, intentamos disimularlo con cremas y tinturas de colores oscuros, que logren tapar esos indicios del paso del tiempo. Sin embargo, es un momento que a todos o la gran mayoría llegará. El envejecimiento no es simplemente un proceso de cambios físicos, sino también de un estado mental y emocional. Los geriátricos, lugares cargados de prejuicios, donde muchos ancianos pasan sus últimos días, deberían ser un lugar de dispersión  y tranquilidad, sin embargo, distan mucho de ello.
A pesar de la existencia de gran cantidad de asilos en nuestra ciudad, fueron escogidos tres al azar, y con la excusa de querer internar a un familiar de 75 años con una enfermedad crónica, ingresamos a los mismos. Consultamos precio, comodidades, ventilación, existencia de patio, instalaciones sanitarias, estado de la cocina, presencia de un médico estable, salida de emergencia, entre otras cuestiones  de importancia a la hora de confiar un ser querido a estas personas.
“Acá comen empanadas”
El primer geriátrico que visitamos, en calle Liniers al 300, costó ubicarlo, pues no hay ningún cartel que indique su existencia. Aun así, por la ventana pudieron observarse dos ancianos que miraron sorprendidos nuestra aparición. La dueña del lugar, previa radiografía y mirada de arriba abajo por esa pequeña ventana, nos abrió la puerta con desconfianza. La misma desconfianza que ella despertó en nosotros.
Un lugar oscuro, pequeño, donde cinco abuelas tomaban mate sin cruzar palabra entre ellas y miraban televisión. Cuando ingresamos, la dueña se negó a mostrarnos el lugar, poniendo la excusa de su falta de tiempo, sin embargo, después de ganarnos a medias su confianza, accedió a un pequeño tour por el lugar. Hasta el patio llegó nuestro paseo, al fondo se veían más ancianos, pero se negó a ingresar allí.
Lo poco que pudo observarse bastó para notar las condiciones en la que se encuentran viviendo estas personas, una pequeña sala de estar en el ingreso, con dos mesas chicas amontonadas. Era temprano en la mañana, por lo que no se entiende el encierro y la oscuridad. Nos mostró dos habitaciones, una con unas cuatro o cinco camas y otra con tres camas, una de ellas ortopédica.
Siguiendo con el tour, la mujer nos indicó el lugar del baño (sólo uno, cabe destacar), la enfermería y una cocinita, separadas estas últimas por un biombo. El lugar tiene patio de cemento y unas cuantas plantas que un abuelo se encargaba de regar. Para llegar hasta allí hay que transitar un angosto pasillo por el cual no pasa una silla de ruedas. Sin embargo, el geriátrico cuenta con una rampa en su ingreso para los abuelos que no puedan movilizarse solos. Es decir, ingresan y dentro de la casa no pueden desplazarse.
Las habitaciones además de estar mal distribuidas, están todas separadas por cortinas, incluso el baño, la supuesta enfermería y las piezas. Y la salida de emergencia, brilla por su ausencia. No basta con colocar el cartel que la indique, debe realmente cumplir su función.
Consultamos por el costo del mismo y si había lugar en ese momento, para trasladar al familiar, para lo que la mujer dijo: “Si ella es jubilada no hay problema, cobramos sólo la jubilación. Lo que sí, ahora no tengo cama”. Hasta ese momento, la infraestructura del lugar y la desconfianza que nos generaba la mujer era lo más preocupante, sin embargo, remató su idea diciendo, “pero tengo una abuela que se está por morir, date una vuelta en unos 10 o 15 días, ahí voy a tener lugar”.
A muchas personas les cuesta tomar la decisión de dejar a su ser querido en un lugar como estos, y luego de escuchar tal afirmación, sin siquiera titubear, provocó la peor sensación. Confiar el familiar a una persona que espera su muerte para no tener desocupadas sus plazas ni un instante. A pesar de los dichos de la señora, podíamos ver los rostros de los abuelos y en ellos se reflejaba la tristeza, el tedio, el cansancio, la vejez en su peor faceta. Se los veía allí, sentados como esperando su hora.
“Están como en su casa, acá comen empanadas”, dice la dueña. Como si el comer empanadas fuera el elixir para una vejez feliz. Hace más de veinte años que la mujer se dedica a esto y administra el hogar, es vergonzoso que en esa cantidad de años nada se haya hecho al respecto por parte del Municipio o del gobierno provincial, o si se hizo, ese lugar siga funcionando con normalidad.
“Acá estará bien atendida”
El siguiente hogar que visitamos está ubicado en calle Rivadavia. Allí encontramos grandes diferencias con el primero. La sala de estar es amplia y tiene lugar para que los abuelos estén cómodos sentados a la mesa, pues por la hora estaban esperando el almuerzo. Aquí nos atendieron y contuvieron cuando nos atacaba la culpa por internar a nuestro familiar allí. Pero esto no nos dice nada, pues es necesario conocer las instalaciones y el modo de trabajar que tienen.
Según una de las encargadas, el lugar estaba apto para recibir a dos ancianos más. Las habitaciones son amplias y con pocas camas cada una. Conocimos el baño, solo uno para las aproximadamente nueve mujeres. Los hombres tienen un lugar separado en el fondo del hogar, al que se accede atravesando el patio. Este es a lo largo, de cemento y con algunas plantas.
Para las visitas no hay restricciones de horario, sólo en las comidas no permiten el ingreso de familiares. Cuentan con enfermera, cocinera y nochera, pero no tienen médico en la institución, cada interno debe tener su propio especialista de cabecera y en caso de enfermedad, se lo convoca.
“No te preocupes, acá va a estar bien atendida, acompañada, contenida”, dicen las empleadas con amabilidad. Lógicamente las buenas formas son las que atraen, conforman y dejan mejores impresiones. A diferencia del primero, en este, dejando por un momento al margen el tema de la infraestructura y los requisitos de la habilitación, pudimos observar mayor cantidad de empleados y una aparente mejor calidad humana.
El costo mensual de este hogar es de 2000 pesos, cubre la estadía y la comida, ya que si los ancianos usan pañales o toman medicamentos, se cuenta aparte. Si quisiéramos llevar al familiar, hay disponibilidad de camas, pero en todos lados recalcaron que debíamos decidirnos rápidamente porque con el cierre de algunos geriátricos, habían recibido “muchos viejitos”.
“Acá los tratamos con amor”
El último de los asilos que consultamos está ubicado en calle Alberdi a metros de Juan de Garay. Ingresamos sin problemas, ya que la puerta estaba abierta. Pedimos por la encargada y las abuelas que se encontraban merendando no escuchaban una palabra de lo que decíamos. Aguardamos un momento, hasta que salió la dueña del lugar a atendernos. Ella es enfermera y además, según su relato, cuenta con la presencia de dos personas por turno que los cuidan.
Dentro del personal estable hay un médico, una nutricionista y un psiquiatra, que conforman el plantel de profesionales de la salud. Sin inconvenientes, la mujer nos mostró el lugar, explicándonos en su recorrido todo lo que les ofrecía a los ancianos y recalcando cada cinco de sus palabras, que el geriátrico estaba habilitado y que tenía todos los papeles en regla.
Hace diez años que funciona ese lugar y atienden a los mayores “con amor”, como la dueña indicaba a cada rato. Quizás la distribución de las habitaciones no sea la mejor o la más indicada, pues el garaje estaba transformado en un cuarto con seis camas, una al lado de la otra. La cocina pegada a esta habitación. Hay además, aproximadamente 5 piezas en total. Como en el anterior, los hombres están en otra parte, separada por el patio.
El patio, según la ley, es considerado lugar para la recreación de los abuelos, donde puedan tomar aire y además realizar actividad física. Pero la pequeñez de este espacio, imposibilita que los 15 abuelos, que actualmente están internos, salgan todos juntos. La angostura  de las puertas, también es impedimento para que salgan aquellos ancianos en sillas de ruedas. Se nota que es una casa grande, que fue ampliada por sectores para convertirla en geriátrico.
Aquí el costo del asilo es de 1800 pesos, con posibilidades de rebaja, de acuerdo al ingreso de la persona. “Si es jubilada y sola, lo vemos… ahora si cobra más de una jubilación o tiene otros ingresos, ahí sí tiene que pagar completo”, dice la encargada. Haciendo hincapié en que todos reciben el mismo trato.
Luego de ingresar a los tres geriátricos, podemos llegar a la conclusión de que ninguno de ellos está habilitado correctamente, dado que si cumplen algunos de los requisitos, otros son pasados por alto como el tema de la accesibilidad, las salidas de emergencia, las instalaciones sanitarias. Muchos funcionan como depósito de gente, es el caso del primero que visitamos, otros tratan de darles a los ancianos algo más, como en el caso de los otros dos.
Mientras algunos reciben cariño, son muy bien atendidos, tienen espacio para movilizarse, actividades recreativas y un seguimiento personalizado, otros abuelos se encuentran hacinados, inseguros, tristes, solos, sin estar higienizados, sentados en su silla, como resignados, esperando que llegue el final. Desde que nace y hasta que muere, el hombre forma parte de la sociedad y ésta no tiene derecho a desentenderse de él en la vejez que, al fin y al cabo, no es más que una parte de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario