jueves, 8 de marzo de 2012

GRACIELA, MANOS QUE CURAN EN SAN FRANCISCO (PARTE 2)

Nuevamente en la casa de Graciela, ya no tenía exclusividad, pues debí compartir la tarde con cientos de desconocidos. Nadie sabía quién tenía a su lado, todos venían con el único propósito de ser curados. Desde las cinco de la tarde hasta que el sol cayó estuve firme, me fui del lugar y aun continuaba llegando gente. Personas de todas las edades, mujeres con niños pequeños, hombres acompañando esposas, jóvenes por doquier, ancianos doloridos y esperanzados.
Precisamente a las cinco la mujer abrió las puertas de su casa, los aproximadamente quince que estábamos afuera ingresamos a aquél living, especie de santuario donde Graciela reza. Para asistir, al mediodía cada uno debe pasar por la casa a retirar un número de orden, con el que la mujer atiende. Aun así, hace muchas excepciones principalmente con ancianos y gente de otras localidades.
Alcancé a sentarme en un rincón, donde tenía vista privilegiada de lo que iba a acontecer, pues era tan grande la cantidad de gente que arribaba  a la casa que la puerta de entrada jamás se cerró. En primer lugar, una mujer se sentó a su lado, Graciela le preguntó su dolencia y en voz baja comenzó a rezar. Luego pasaron niños, mujeres mayores y personas que simplemente llevaban consigo un foto de un ser querido, ya que también con el retrato y el nombre completo, la mujer asegura que puede sanar.
Muchas de las personas que estaban a mi lado, eran asiduos visitantes de la señora que iban a agradecer y a que Graciela les rece nuevamente. Todo parecía normal, como cualquier persona cristiana que ora por la salud, no vi nada diferente, nada que me llamase la atención. Hasta que una mujer se sentó y sin tocarla, Graciela comenzó a toser y a hacer caras de preocupación. La señora se desvaneció, la tomó en sus brazos y cuando se reincorporó comenzó a llorar, fue lo más extraño que ocurrió aquella tarde. Sin embargo, eso no significaría que la mujer estuviese curada.
Algunos se acercaron solamente a dejar su testimonio en el libro de actas de la mujer. El padre de una pequeña trasplantada de médula, luego de escribirlo, relató para todos los presentes cual había sido el milagro concedido. Del mismo modo, una abuela contó en detalle el problema grave de salud que había tenido y que hoy era un simple recuerdo.
Graciela está convencida de lo que ella es capaz de hacer, pues su mirada honesta y trasparente le impediría estar fabulando. Aun así, pienso que lo que esta mujer hace,  es rezar, con cadenas de oración por quienes tienen su fe intacta y necesitan sostenerla. Es imprescindible ir varias veces, no es suficiente con un solo rezo. Aunque ella sostiene que “depende de cada caso”.
Al finalizar cada sanación, quien lo desee, ya que no es obligatorio, puede colaborar con dinero en una alcancía que tiene como fin la caridad a una institución de bien. Algunos dejan varios billetes, otros unos centavos y otros directamente no colocan nada. Esto último no es proporcional a la intensidad del rezo, por supuesto.
Estando en un pequeño espacio, donde por momentos, parecía faltar el aire, alrededor de 20 almas diferentes pasaron sentadas en la silla del lado. Con paciencia cada uno espera su turno y si hay alguna urgencia (llámese mujer grande, bebés o personas en sillas de ruedas) nadie se queja y aguardan su momento de oración. Cada semana se suman más personas que con fe ciega, y con la esperanza puesta en Graciela y su intercesión ante Dios, aguardan su sanación. No es  creer o reventar como sostiene el dicho, se trata simplemente de creer o no, sujeto, claro, a las debilidades del ser humano.



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