domingo, 18 de diciembre de 2011

NAVIDAD EN SAN FRANCISCO

No se trata de una alergia primaveral sino de un fenómeno cuasi estival. La culpa no la tiene el calor, sino la proximidad de las fiestas. Oh, calvario de los calvarios, clímax de ese sufrimiento inenarrable que comienza a embargarme con las compras navideñas y los rollos psicólogicos de todos cuantos me rodean (solos y solas, matrimonios bien avenidos, familias desintegradas, oyentes, etc.). Noche de paz, noche de amor, todo duerme en derredor... Aunque, convengamos, quien más disfrutaría durmiendo mientras los demás revolean cañitas voladoras, estrellitas y otros objetos inservibles es quien suscribe. Las semanas previas a la Navidad comienzo a sentir el escozor. Ese mismo malestar que deben sentir los pobres cristianos a los que les pagan por hacer de Papá Noel en la peatonal con una sensación térmica de 40 grados. Pero, ¿a quién le importa, si es parte del folklore? O de la tradición, si el término le cae más simpático. La misma tradición que prescribe dátiles, turrones y demás venenos hipercalóricos cuando una ensaladita y un yogur diet le caerían mucho mejor al organismo recalentado y sudoroso.
Previo a las fiestas, en cualquier familia que se precie de tal, se impone hablar de la comida festiva: "la Pocha trae los huevos rellenos, la Turca el lechón y vos encargate del arrollado de Pinguino". Socorro. Nunca falta la organizadora del magno evento, tan bien alimentada como el chanchito que adornará la mesa, para encargarse de los excesos gastronómicos. La reunión se convierte así en una suerte de orgía alimenticia que demandará varias semanas de dieta a posteriori(y seiscientas vueltas a la Plaza Velez Sarfield).
Las compras navideñas son toda una historia. Hay que salir de shopping, plenos de espíritu festivo y adquirir regalos para todo el mundo. En realidad, esa es la parte más linda, una forma de agradecer a quienes nos pusieron el hombro todo el año. Si no fuera porque la gente enloquece en los negocios y es capaz de arrancarnos de las manos la mercadería, como durante los saqueos de 2001(y los pobres Empledos de Comercio que tienen ganas de tirarse en la pileta de La Plaza Cívica). And finally llega la noche del 24. Sudo con antelación de sólo pensar en las explosiones de esa pirotecnia que tanto aturde a mis queridos Teo y Grido( que rescaté del Viejo Basural) Vaya mi solidaridad con la raza canina, que tanto sufre los estruendos. Papás para el diván que surten a sus criaturitas de petardos, cañitas y demás proyectiles que con gusto les introduciría a esos adultos adonde no les da el sol. Son como Don Fulgencio "vení Juanchi que te prendo la estrellita" cuando la realidad indica que el Juanchi sólo quiere jugar con la número 5 que le regaló la abuela.
Nada más mancillado que la honra, el prestigio y la dignidad de Papá Noel. Porque, aunque los chicos de la familia hace largo tiempo que notaron la falta del tío Lucas cuando dan las doce, los adultos harán lo que esté a su alcance por mantener viva la fantasía. Ni hablar de los efectos etílicos. Nunca falta el amigo del amigo del tío que si no nos vuela un ojo con un corcho, le pasa raspando. Y como si no bastaran las presencias no deseadas, comienza la degustación de alcohol de calidad cuestionable(la Tía compró las sidras en oferta de Vea). La hora de la pavada suele sucederle, terminando frecuentemente en gresca. Al comentario político, lo sucede la chanza futbolística(BienBenida Navidad) y algún inapropiado lance a la prima del primo del cuñado. Los vahos del alcohol sumados a los de la temperatura ambiente pueden degenerar en escenas propias de barrabravas de la popular más impresentable del Apertura. Por suerte son sólo unas horas. Después habrá que ir al psicólogo, tomar coraje (y si es necesario un ansiolítico) y prepararse para el Año Nuevo. Pero esa es otra historia,,, sólo me tranquiliza la música de Aspen.....
D.P.adpV.S.

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